La relación con Dios se basa en la conexión personal con Cristo, cultivada a través de prácticas espirituales como el tiempo de devoción, el ayuno, la participación en la comunidad de fe, la oración, la lectura de la Biblia y la responsabilidad en la mayordomía de los recursos. Esto implica ser fiel en el diezmo y en las ofrendas, reconociendo la importancia de devolver a Dios una parte de lo que nos ha dado. Estas disciplinas espirituales fortalecen la relación con Dios y nos ayudan a crecer en nuestra fe, comprometiéndonos a vivir una vida en línea con sus principios y valores.